Nos convertimos en padres y en algunos momentos vemos reflejos de aquello que nuestros padres hicieron con nosotros, normalmente en situaciones de tensión o estrés donde nuestras emociones se desbordan y no tenemos el control de aquello que hacemos y decimos.
La típica frase “me parezco a mi madre” “esto es de mi padre” resuenan en nuestra cabecita y no siempre nos sentimos orgullosos de ello, simplemente lo aceptamos, normalizamos y nos resignamos. Y eso que puede que sea aquello que precisamente más odiábamos o rechazabamos de lo que vivimos en nuestra infancia.
¿Por qué pasa esto? Pues hay varios factores que tienen que ver con ello, evidentemente el propio aprendizaje o modelado, es decir, aquello que veíamos lo interiorizabamos como una forma de funcionar, son como una especie de códigos que se nos tatúan y que llegado el momento salen de forma inconsciente, sin pensarlo, sin darnos cuenta.
Tenemos que tener en cuenta que nuestros padres eran las figuras principales de nuestro aprendizaje, a través de ellos nos hacíamos una idea de cómo funciona el mundo, de cómo manejarnos con nuestras emociones, cómo resolver problemas o conflictos, cómo relacionarnos con los demás, etc…
¿Cómo no va a influir aquello que hemos vivido con aquello que hacemos nosotros ahora con nuestros hijos?
Empecemos por ser conscientes de esa mochila con la que llegamos a la paternidad, y que podemos encontrarnos dentro, ¿para qué? Para tomar un papel responsable en la crianza, poder comenzar a conectar mejor con nuestros hijos pasa antes por trabajarse a nivel personal como adultos.
Esa mochila no sólo lleva patrones aprendidos, también está llena de creencias erróneas y limitantes y de nuestras heridas emocionales. ¿Y cómo nos damos cuenta de eso?
Imagina que tuviésemos una serie de interruptores ocultos y que en el preciso momento que nuestros hijos hacen determinadas cosas se activaran y eso estuviese detrás de nuestras reacciones. Porque esos interruptores suelen ser miedos, inseguridades, juicios, culpas, etc…
Tu hijo hace algo que no te gusta o lleva todo el día sin hacer nada de lo que le pides y entonces explotamos, y gritamos, les criticamos, castigamos, chantajeamos, y todo aquello que evidentemente nos aleja muchísimo emocionalmente. ¿Realmente era tan importante y grave? ¿Puede que nuestra manera de actuar sea desproporcionada? ¿Has sentido que perdías el control?
Si es así es porque se han encendido esos interruptores, tienes miedo a fallar como madre o tal vez te asusta que te rechacen o abandonen, puede ser que nos sintamos más capaces cuando tenemos control sobre lo que sucede, ,tenemos emociones reprimidas o no atendidas en otras áreas de nuestra vida, y mucho más.
En ese momento no afrontamos como adultos sino como niños heridos en busca de reconocimiento, poder, justicia o vernos capaces.
El cambio no está en tener hijos obedientes y sumisos, la crianza fácil y cómoda no es compatible con la naturaleza infantil. ¿Entonces qué hacemos? Buscar una nueva perspectiva, construir una nueva mirada que inevitablemente comienza en atrevernos a romper nuestra cadena generacional,
Comprender cómo funcionamos y porque es lo que nos dará las claves, es un descubrimiento que nos llenará de poder y si nos damos nuestro tiempo podremos ir encajando todas esas piezas, calmando el dolor que muchas veces suponer e iniciar la transformación.
Sin duda todos queremos que nuestros hijos se sientan bien y no se sientan dañados, es nuestro motor de crianza, sin embargo ser padres conscientes y respetuosos requiere de nuestro proceso personal de transformación. ¿Quieres comprometerte y crecer con esta aventura? ¡Tengo el programa perfecto para ti!